VIII Certamen literario para mayores.
El ganador del "VIII Certamen en la modalidad de poesía, ha sido:
José Sánchez del Viejo de Montijo (Badajoz) con la poesía "Ausencias"
AUSENCIAS
Si Federico vivera,
¡qué pena de Federico!
Granada ya no es Granada,
es un hondo precipicio
donde las aguas heladas
se pierden desde el inicio
y ni Madrid, ni Barcelona
siguen siendo ya lo mismo.
Las teclas de los pianos
tronchan las ramas de mirto
y en los márgenes del Darro
están llorando los niños,
porque a Soledad Montoya
no le da de sí el vestido
para cubrirse los pechos
cortados por cien cuchillos.
Con cien anillos de plata
como cien aros olímpicos,
el cielo se viene encima
nublado, oscuro, plomizo,
amenazando aguaceros
que se pierden por los ríos.
Y nadie encuentra vasija
que contenga ese suplicio,
ese derramar de lágrimas
del llanto por Federico.
Granada ya no es Granada
que es un pozo de suplicios.
Si Federico viviera,
¡qué pena de Federico!
Entre la sierra y la vega
sería un poeta perdido.
Y en Cadaqués los pinceles
se pierden pintando gritos
entre olas peregrinas
que no conocen su sitio.
El genio de los pintores
no encuentra trazos precisos
que definan al poeta.
¡Qué pena de Federico!
ALUZADOR
y en la modalidad de relato ha sido:
Enrique Conesa González de Valencia Con el relato "La última jugada".
LA ÚLTIMA JUGADA
Abrió los ojos y extrañado y sin comprender nada preguntó, ¿Qué ha
pasado? ¿Dónde estoy?..
Como respuesta oyó que le decían; — Es que acaba de salir de un
estado de coma. Está en un hospital—. Entonces reaccionando dijo, ¡Ah!
sí, ahora que me lo recuerda me viene a la memoria que ayer yendo a casa,
el coche me derrapó, pero no sé más.
No quisieron decirle que habían transcurrido diez días desde aquel
fatídico choque que tuvo contra el pretil del puente.
Después de esto su mejoría fue lenta pero progresiva, si bien los
médicos no quisieron darle el alta pues prefirieron tenerlo en observación
ante cualquier respuesta inesperada del organismo.
En sus muchos ratos de ocio dedicó su tiempo a pasearse por las
instalaciones y de esta forma tuvo conocimiento, que de vez en cuando, se
organizaban pequeños torneos de ajedrez con el fin de entretenerse y
estimular las mentes de los internos.
Sin dudarlo, se apuntó puesto que no sabía cuándo saldría y los
encuentros iban a comenzar de inmediato.
Le comunicaron que el en sorteo le había tocado una persona que
estaba también allí, en el piso octavo, y que según la información que
disponían, sabían que estaba ingresada asimismo en la unidad de
traumatología desde hacía mucho tiempo.
Fue sabedor de que había derrotado prácticamente a todo tipo de
oponentes ya bien se tratara de mujeres u hombres, muchos de los cuales
habían llegado hasta allí, precedidos de gran fama de pensadores o
matemáticos, es decir, en suma, que casi nunca había perdido.
El momento de comenzar su encuentro llegó. Ambos contendientes
una vez sentados colocaron sus piezas sobre el tablero; se proveyeron de
los relojes/marcadores de tiempo colocándolos al alcance de sus manos y se
dispusieron a combatir encarnizadamente Él, fijó su vista sobre su contrario
y con sorpresa advirtió que se trataba de una mujer vestida con una pulcra
bata azul oscura. Su edad era un tanto imprecisa de determinar. Su belleza
inquietante daba a entender que su carácter, al parecer, era serio y
circunspecto. Su físico no transmitía confianza si bien su pelo moreno y
largo y sus ojos negros como el azabache y fríos como el acero invitaban
solapadamente, sin poderlo evitar, a fijar la mirada de vez en cuando en ellos.
Sin cruzar unas palabras sino únicamente con una leve y rápida
inclinación de cabeza a forma de saludo se centraron en el juego. Apenas
sí había hecho tres movimientos, comenzado él con las fichas blancas,
cuando inesperadamente sonó con estrépito el móvil de su enemiga dando lugar a romper el silencio y la concentración reinante en la sala.
Ella sedistrajo unos breves instantes esbozando una ligera sonrisa de triunfo alescuchar la noticia que le transmitían, y esto fue suficiente para que élaprovechándose de la ocasión tan pueril pudiera hacer a la vez una últimajugada, la cuarta, que produjo un cambio inesperado en el semblante de suoponente, pues había hecho lo que se conoce en términos ajedrecistas, unjaque pastor, es decir, que a una jugadora tan avezada como ella, ladistracción inusitada le ocasionó que la partida quedara sentenciada; a lavez que él pronunciaba un gozoso ¡Jaque Mate!Enrabietada por el resultado obtenido, su opositora se levantóechando al suelo el tablero de juego y la silla en la que estaba sentada;entonces la vio desaparecer como una exhalación, por la puerta, dejando atodos los presentes, atónitos pero contentos. Feliz y satisfecho por el triunfo obtenido, empezó a recibir losparabienes de rigor, unos le abrazaban, otros le decían;— ¡Estupendo! ¡Fabuloso! Nunca habíamos visto una partida tanrápida y sorprendente, que fallo tan incomprensible, vamos, dijo alguno,una chiquillada. En su euforia aún oyó y vio a uno de los que le había felicitado quedesde la entrada al habitáculo gritaba:
¡Oye, muchacha, vuelve que te has dejado tu bastón!
Poco más tarde regresó a su habitación. En el momento que penetró
en la instancia se encontró con la agradable sorpresa de que la enfermera
que le atendía le notificaba su alta hospitalaria y le hacía entrega de las
instrucciones de rigor a seguir.
Con premura preparó lo poco que en su armarito-taquilla tenía y
abandonó el centro.
Una vez en la calle fue abordado por un hombre anciano y
encorvado que de sopetón le preguntó...
¿Señor, por favor, queda lejos el hospital? Es que tengo que
presentarme, para ingresar, en la planta de traumatología para que
me hagan, en principio, una operación creo que de cadera o algo
así, no lo sé con exactitud. Él le miró y le respondió ¡No!, lo
tiene muy cerca, es ese edificio que tiene enfrente y tiene que ir a
la planta octava.
Dirigió una última mirada al centro hospitalario, y como por
ensalmo vio pasar entre ventanales, a su ex enemiga de juego dejando una
estela oscura y lúgubre y llevando sobre sus hombros un artilugio que a
pesar de la distancia reconoció como una guadaña.
El sol radiante que iluminaba el día, el bullicio del ir y venir de las
gentes y el tráfico de vehículos hizo que sus ojos se tornaran un poco
vidriosos por unas lágrimas que pugnaban por salir y que él se esforzaba en
retener para no llamar la atención.
En esos instantes valoró lo que se sentía al estar vivo mientras que
unos niños, entre gritos y risas, jugaban al fútbol en un parque cercano.